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Crochet casa arte tejer


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La Banda De Pica Pau - 20 Divertidos Amigurumis - Yan Schenk INTRODUCCIÓN Crochet, libros y otras locuras Naturalmente, no nací sabiendo tejer a crochet. Tampoco tuve la suerte de crecer en pleno auge de internet. Sin embargo, podríamos decir que tuve un poco de suerte a medias. Crecí rodeada de lanas, hilos, agujas, lápices, cuadernos y cajas repletas de maravillosos tesoros. Mi madre, brasileña, solía anotarse en cuanta actividad craft se pusiera de moda. Era finales de la década de 1980, las modas perduraban un poco más en el tiempo, pero eran prácticamente las mismas que ahora (¡pero sin Pinterest!). Mi madre cosía ropa, bordaba parches, tejía pullovers, hacía telares e incluso canastas. También tejía un poco a crochet, pero solo puntillas que ponía (y sigue poniendo) en absolutamente cada toalla que teníamos en la casa. Mi madre solía hacer muchas cosas, pero nunca tuvo paciencia para enseñar. Y yo no tenía la capacidad de quedarme quieta ni un segundo ante la imperiosa necesidad de aprender algo, característica que aún conservo. Le sacaba (robaba) hilos, lanas y agujas para intentar imitar lo que hacía. Elegía diferentes hilados, los combinaba y hacía paletas de colores para futuros proyectos que nunca veían la luz del día, pero disfrutaba tanto imaginándolos que no necesitaba mucho más. Hasta que un día, supongo que cansada de mi insistencia y de la ausencia cada vez más evidente de sus materiales, mi madre me dejó hurgar entre sus preciados libros y revistas de tejido. Y me perdí, con ganas, en sus fascinantes dibujos, textos indescifrablemente mágicos y las mil maravillas que se podían hacer con agujas e hilo. Con práctica, mucha perseverancia y un notable nivel de testarudez, terminé aprendiendo a tejer, pero solo con dos agujas. Y siempre y cuando mi madre montara los puntos iniciales. En ese entonces, veía el crochet como una actividad que solo servía para decorar cosas poco interesantes de la casa, cosas de mamá y abuela. Pasaron unos años hasta que tuve, por primera vez, una aguja de crochet en mis manos. Estaba cursando Bellas Artes y tenía una amiga que tejía bolsos, gorros y bufandas entre cursadas. Por primera vez vi el crochet como una técnica que valía la pena aprender. Para no traicionar mi suerte a medias, mi amiga tampoco tenía paciencia para enseñar. Así que volví a los libros de mi madre, esta vez en busca de la parte que siempre me había saltado: los dibujos intrincados de esos nudos imposibles con nombres en francés y aplicaciones de gusto cuestionable. Así, con mi testarudez intacta y haciendo un gran esfuerzo para entender esos casi jeroglíficos, aprendí a tejer. Algo. Logré tejer algunas piezas (bolsas y bufandas con puntos medio inventados), pero realmente nunca
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